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Lunes,23 de marzo de 2009.
OPINIÓN
La illeta nº 133 - 17-febrero-2009 / Opinión
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La Escalinata de Villa Marco

Trece son sus peldaños en la entrada principal, ni uno más. Pero infinidad de sueños gestados en cada uno de ellos, guardados durante...muchos años..

Trece son sus peldaños en la entrada principal, ni uno más. Pero infinidad de sueños gestados en cada uno de ellos, guardados durante...muchos años, pues ni el mármol ni las piedras hablan, y la niña que soñaba sentada en cada uno de ellos mientras iba cumpliendo primaveras los mantuvo escondidos en los invisibles pliegues de su corazón.

Una generación educada para guardar obediencia a los mayores, bordar el ajuar, ennoviarse, casarse y formar una familia, en ese orden.

Cosas de la época que a muchas nos tocó vivir.

Al pasar los años, y cuando se han visto transcurridas las etapas y te ved con los años cumplidos e ilusiones no realizadas comienzas a volver la vista atrás y hurgas en los laberintos del cerebro que, a través de la retina te regala retazos de reminiscencias de aquellas etapas vividas...es como querer alcanzar aquella estrella que nació con contigo, pero que se mantiene alejada haciendo un guiño de vez en cuando, y poco más.

Pacientemente observé en el tiempo las aves que habitaban en las copas de los pinos que daban sombra al jardín del Palacete; iban y venían según las estaciones, del mismo modo que brotan los Lirios y, al segarlos emergen de la tierra con más brío a la temporada siguiente.

Acompañaba desde muy pequeña a mi abuelo el labrador, que era “ el martaver” de la Partida de El Fabraquer, ( encargado de las aguas de regadío) cuando iba a Villa Marco y, mientras conversaba con el casero de la finca, apurando varios cigarrillos, yo me alejaba, lo justo para no escapar a su visión, y me sentaba en el primer escalón dejando descansar mis cortas piernas sobre la gravilla.

Sucesivamente fue subiendo los escalones, a veces acompañada de mi amiga María Teresa, hija de los caseros de un chalet colindante propiedad de un afamado médico de la capital.

María Teresa y yo compartíamos afición por la libreta y el lápiz, ambas queríamos ser escritoras de mayores.

Algunas veces aparecía un niño, que vivía allí mismo, y siempre nos hacía alguna trastada. Con mi amiga se llevaba mejor, ya que a ella le gustaba trepar a los árboles a coger nidos, mientras yo me quedaba sentada en la escalinata por si aparecía el príncipe azul.

Solo llegué hasta el noveno escalón ya que, recién cumplidos los nueve años y con apenas tres de colegio, me vi subida a un avión bimotor que nos llevaría a mi madre y mis hermanos con destino a África del Norte donde mi padre llevaba un tiempo trabajando en los astilleros “Sosico Valor”, junto a otro campellero, Pepe Baeza, el cual estaba acompañado de su esposa Maruja Marco y su hijo Jean Marc. Más tarde pasaron a trabajar en la construcción de un yate para un acaudalado francés ( uno de los jefes de la marca Kelvinator.

) Con sede en la Rue de L´Enfer, Oran.

Desde el avión, asustada por lo desconocido, vomitando sin parar por el mareo de las alturas, dejando atrás el aeropuerto de Manisses ( Valencia ), familia, colegio, mi Palacete Villa Marco, sueños e ilusiones, aterrizamos en otro mundo donde se hablaba otros idiomas varias etnias, una bandera visible, “la Bleu Blanc Rouge”, ondeando desde todos los mástiles y otra semi ignorada, la de la media luna presta a resurgir.

El primer día de colegio fue horrible, allí sola entre tantas niñas francesas, musulmanas y judías. Yo para todas ellas era el nuevo “ burrico d´espagne”. Tanto tiempo en mi País obligada a cantar el Cara al Sol, tuve que aprender a marchas forzadas La Marsellesa y mostrar respeto a las fotografías del General De Gaulle. Pero eso no duró mucho.

Mi padre obtuvo un nuevo contrato en los astilleros de Beni- Saf, propiedad de los “Hermanos Boronad”, oriundos de Calpe ( Alicante ) donde también trabajaba un joven de San Juan llamado Faustino. Para entonces ya se había desatado una guerra fría; las revueltas de los “ felagas” ( guerrillas musulmanas) se hacían notar y los cuellos cortados aparecían día si y día también.

El toque de queda se impuso y los militares patrullaban por doquier.

Conmigo lo intentaron; aún hoy siento en mi cuello el hilo de fino acero presionando la piel hasta el ahogo, haciendo brotar la sangre hasta el punto del desvanecimiento.

Y como se reían aquellas moras: Messian y Leila se llamaban, nunca las olvidé, ambas eran compañeras de clase... y “ chitón y a callar” o lo próximo sería peor.

La cosa iba de mal en peor, el pueblo musulmán de Argelia estaba harto de ser gobernado por otro País ( Francia ) y quería su independencia.

( Siempre pensé que sus motivos tendrían. No todo el mundo quiere el progreso y mucho menos que la mujer espabile y reclame sus derechos ).

Una noche nos acostamos completamente vestidos con la mejor ropa, mi madre se escondió los pasaportes en el sujetador; ¡iba a pasar algo! Abrimos con sigilo la puerta de casa y allí apareció nuestro perro acuchillado. Sin duda estábamos rodeados.

Asustados vimos a mi padre abrir el cajón de la mesilla de noche y sacar una granada de mano, de las llamadas piña, que tiene una argolla para activarla con los dientes, más una pistola FN, de fabricación Belga, llamada en el argot coleccionista “ la plana”.

De pronto oímos unos golpes, provocados con un hacha o un machete, en la ventana de la habitación de mis hermanos...sí, estaban allí e iban a por nosotros, y eso que no éramos “ pieds noir” ni estábamos en su lista negra ni mi padre pertenecía a la OAS.

De pronto empezaron a oírse ráfagas de subfusiles que pasaban silbantes muy cerca perdiéndose entre la frondosa pinada del jardín.

Las musulmanas se desgañitaban enroscando su lengua (según la costumbre bereber ), escondidas en algún lugar, lo cual incitaba a sus hombres hasta hacerlos enloquecer...¡ no había que dejar a ningún europeo con vida! Al fin pudimos salir de casa, no había más remedio. Pasamos por encima del pobre animal y conseguimos escondernos entre unas matas de habas que planto mi padre, gracias a Dios bastante crecidas.

Arrastrándonos sobre la húmeda tierra llegamos hasta una pequeña puerta trasera que daba al camino donde tiempo atrás me quisieron ahogar, pero la sorpresa fue mayúscula, pues a mi padre se le había olvidado coger la llave del candado y no se podía retroceder. Entonces oímos voces de vecinos que nos llamaban y comenzó un concierto bélico inacabable, hasta que vimos parte del muro derrumbarse ante el empuje de las orugas de un blindado que venía en nuestra ayuda.

Salimos de Argelia con menos bienes que llevamos...mejor dicho con lo puesto. Y gracias que Franco mandó unos barcos para todo español que quisiera repatriarse. Algunas familias eligieron marchar a Francia.

Cuando divisamos el Cabo de Palos las lágrimas fluían por nuestras mejillas, estábamos en casa, y aunque llevábamos los puesto teníamos algo muy valioso, la vida, y el conocimiento de otro idioma que aprendimos correctamente.

Al poco de llegar a nuestro pueblo El Campello, mi madre aconsejada por el joven doctor Oncina ( hijo de don Paco, “ el metge de tota la vida”quien dicho sea de paso asistió a mi madre en mi difícil alumbramiento, ya que mis seis kilos de peso escapaban a los conocimientos de Catalina, la matrona del pueblo, seguramente por el peligro de desgarros ) me llevó a estudiar ingles. “ La xiqueta en tres idiomes tindrá les portes obertes”- decía don José Oncina- Así que la señora Beverly, una joven inglesa casada con un conocido campellero( Emilio Lledo), fue mi profesora, en su casa junto a los astilleros de Pedro Vaello, muy cerca de “ la Peñeta”, rozando el mar.

Pronto aparecieron los comentarios ya que mis vestimentas no eran las adecuadas; pantalón largo, corto, minifalda...y no digamos el bikini. Y, bueno, era el colmo bailar el twist, y el rock and rol, en la plaza de la Iglesia y en las fiestas del Carrer la Mar...eso lo podían hacer las veraneantas extranjeras, no una jovencita que había vuelto de los moros repatriada y vivía con su familia en la casa de los abuelos, al otro lado del “ Rió Seco”. ¡ Pero yo, era feliz!, ¡ un día a la universidad! Pero la fatalidad hizo que mi padre sufriera un accidente de trabajo que lo tuvo de hospital en hospital, mermándose todas mis ilusiones.

Así que, empecé a trabajar de intérprete para franceses y belgas, en la compra de apartamentos y visitas notariales, cuando se empezó a construir en la playa.

Siempre que podía cogía la bicicleta de mi madrina y me escapaba a Villa Marco, allí tenía cosas pendientes y unos peldaños por subir, ya que cuando marché andaba por el noveno, hasta trece aún quedaban cuatro.

Mi amiga María Teresa llevaba escritas no se cuantas libretas sobre la guerra civil, ( aún las conserva) las mías se esfumaron al igual que mis sueños...aunque no la memoria.

A todo esto llegó el boom Marisol y Rocío Dúrcal; a esta última la llegamos a conocer mi prima Lolita y yo, ya que veraneaba por aquí, incluso la seguíamos cuando bajaba a la playa, siempre acompañada de damas de compañía. Era una chica preciosa, con mucho porte. Cuando, íbamos a ver alguna de sus películas al cine Carrillo en verano, o al Marina en invierno, era como estar nosotras mismas dentro del celuloide.

Así que entre Marisol, la Durcal, el Dúo Dinámico y Los Beatles llegó el destino siguiente y empecé a desempolvar el ajuar para dar paso al amor, los besos robados y todas los pecados con los que nos tenían amedrentadas nuestras madres. Al casarnos pasamos de lo ilegal a lo legal, pero sin demasiadas efusiones públicas que ofendieran la atenta mirada de nuestros mayores...O sea, que debíamos seguir creyendo que los niños venían de Paris, aunque nuestra barriga demostrara lo contrario. ¿ Volveríamos a esa época?, personalmente a veces lo deseo, otras no, según el estado de ánimo. Porque lo que está claro es que vivir la época presente siendo las pardillas de entonces, pues...como que no. Otro gallo cantaría si pudiera ser vivir hoy aquella juventud nuestra con la sapiencia adquirida con los años...¡ ja, ja,ja!.

Pero lo bueno de todo, lo que verdaderamente vale la pena es poder sonreír al recordar nuestra trayectoria cumplida, haber aprendido de lo bueno que nos brindó la vida y sobre todo creer que lo malo han sido pruebas que hemos superado, y como los hijos ya desplegaron sus alas, coger a los nietos, que aún no las han abierto, y llevarlos a los lugares que marcaron esas vivencias; al Palacete Villa Marco, hoy propiedad del pueblo, explicarles su historia: como reverdecían los campos a su alrededor y reventaban las amapolas. Cuando por la Candelaria amanecía un Fabraquer nevado con los almendros en flor. Las plantaciones de algodón, trigo, alfalfa y tomateras...las carretas de las fincas engalanadas año tras año dispuestas a celebrar la Romería de San Pascual ...y, entre tanta historia, su abuela, que también fue niña y se sentaba cumpliendo años en la hermosa escalinata...uno, dos, tres cuatro...

y de ahí hasta el infinito. Porque el ser humano físicamente desaparece, no así las Bibliotecas, Hemerotecas y testimonios orales trasladados a las nuevas generaciones...

a no ser que se cumplan los tiempos y lleguen como ladrón en la noche borrando la faz de la tierra.
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